domingo, 24 de noviembre de 2013

La familia biológica en la vida de mi hijo




Cuando se adopta a un niño, se inicia una nueva familia con una carga adicional. Aquellos niños que por algún motivo vieron rotos sus vínculos sanguíneos, traen una historia de origen que es necesario asumir y comprender, con todas las dificultades y desafíos que eso significa, pero que realizado apropiadamente permitirá un auténtico proceso de reparación en el hijo.
Establecer que el ejercicio de la parentalidad significa todo un desafío, suena a lugar común que sobreestima la realidad de todos aquellos que forman y encabezan una familia. Esto a simple vista, porque en el caso de las familias adoptivas, detrás de este aparente cliché se encuentra una realidad que si no se aborda y maneja adecuadamente, puede llegar a poner en riesgo incluso el objetivo más preciado: la adopción como proceso reparatorio de toda aquella persona que inició su vida con ese quiebre fundamental, que significa la separación de su familia de origen.
Pero cómo hablar de aquello que tanto duele, cuando hay recuerdos, experiencias traumáticas, vínculos con familiares que de un momento a otro desaparecieron de la vida del niño; cuando lo que siempre procuramos como padres es cuidar, proteger y, en la medida de lo posible, evitar penas y dolores. De acuerdo a algunos especialistas, podrá parecer difícil asumir esta historia de origen e incorporarla a la identidad y la vida del hijo, así como a la nueva familia que se está construyendo, pero no sólo es posible, sino también necesario.
Para Matías Marchant, psicólogo con experiencia como Director Clínico de Casa del Cerro y que actualmente atiende a los niños del hogar Misión de María, es necesario considerar el contexto en que actualmente se realizan las adopciones y cómo ha cambiado la sociedad respecto de este tema en el último tiempo. “Los padres, comparado con 20, 30 ó 40 años atrás, se han abierto a la necesidad de incorporar la historia de origen de sus hijos adoptivos”.

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